MAGIA NATURAL

¿Creen ustedes en la posibilidad de que los grandes sucesos de nuestras vidas estén pre acordados antes de nuestro nacimiento? Ello implicaría, por supuesto, dar por buena la teoría de la continua reencarnación, en una nueva vida cada vez a fin de mejorar nuestro carácter y ayudar a otros. Recibir y devolver favores, incluso pagar “karma”, si lo desean. ¿Pudiera esto ser real?

Cientos de testimonios, por todo el mundo, de personas que dicen haber visitado y vuelto de ese “otro lado” de la vida o de la muerte, según se vea, quieren acreditar que tal teoría es correcta, que la vida física no es más que un paréntesis en una eternidad de aprendizaje. Somos, supuestamente, espíritus viviendo una experiencia humana. Experiencias elegidas para cumplir un plan de mejora continua, ayudando y dejándonos ayudar para descubrir la magia de la vida, para acabar descubriendo todas y cada una de las energías que posibilitan la existencia de las cosas, capaces, además, de crear las circunstancias necesarias para influir y variar nuestro propio futuro, transformándonos.

O creen por el contrario en las casualidades, que cuanto nos ocurre sucede sencillamente por las distintas carambolas de la existencia, sin más, por igual causa que los científicos alegan en explicación del surgimiento de la biología o de la primera materia viva y su inmensa, su casi mágica complejidad: EL AZAR.

¿Podemos nosotros, nuestras circunstancias vitales, incluso el devenir de las cosas ser un simple producto del azar?

Sea como fuere hoy les contaremos una experiencia propia, sí, nosotros la hemos vivido en nuestras carnes y, en su momento les juro que noté moverse un rio de energías invisibles, energías que a uno le aceleran el biorritmo como si, íntimamente, muy íntimamente, en el fondo de su alma, supiera que hace lo correcto y debe continuar. Durante unos días, aunque físicamente estábamos enfermos, nada importaba, tan sólo viajar a ver un poco de esa magia aplicada a la naturaleza. Disfruten la historia, son hechos reales:

Soy Paco Quevedo, informático desde hace casi veinte años, la ciencia ha sido mi pasión, cierto mundo paranormal he criticado con dureza por tener contaminación cutre, ser obscenamente falso e infumable muchas veces. No quiere esto decir que no acepte como hechos genuinamente ciertos otros tantos para los cuales la ciencia queda ampliamente superada, ovnis incluidos, pasando por manifestaciones de un supuesto más allá, contactados, médiums, otras civilizaciones etc.., porque entre toda la charlatanería que tan negativo favor hace a un sector obligado a pelear por parecer serio, existen sucesos muy auténticos que se repiten, que se obstinan en mostrarnos una realidad quizá deseosa de ser catalogada por la misma ciencia, aunque hoy por hoy el orgullo y el miedo científico pasen ampliamente de muchos de estos temas, entre otras cosas por verse, insisto, superados una y otra vez en cuanto pretenden acercarse a ellos. Ese es el reto, descubrir su magia.

Dicho esto les cuento:
Hace unos meses, entre las decenas de “e-mails” diarios, uno pareció apoderarse de mi interés. Contenía fotos de cristales de yeso simplemente descomunales. Personas fotografiadas junto a ellos parecían gnomos. Eran de una transparencia terrible, limpia, impoluta, incluso teniendo grosores cercanos al metro.

De formas precisas y con una regularidad milimétrica, puntiagudas como un perfecto obelisco. Para colmo todo ese conjunto cristalino tapizaba el interior de una gran geoda, ¡de nueve metros de longitud! ¡por dos de alto y dos de ancho!: ¡¡¡Santo Dios!!!, pensé, pero si esta maravilla está en Almería, ¡ahí mismo!.

Fue una sensación electrizante, a pesar de mis múltiples quehaceres, de un grave problema de salud, sentí el profundo deseo de recorrer inmediatamente los más de cuatrocientos kilómetros entre Mijas y Pulpí. Aquel correo movió mi interés por desplazarme en el acto, aparcando cuanto tenía pendiente, olvidando mis dolores. Fue como el azote de una potente fuerza invisible insistiendo: “vete a Almería, ve a ver la geoda”.

Sin pensar en ninguna otra cosa, como privado de razón, lancé un aviso a varios amigos, necesitaba, al menos, un acompañante, de inmediato el Doctor Pertierra apareció en mi cabeza como el más indicado. Divulgar aquel interesantísimo hecho parecía una fantástica idea. Documentaríamos el tema con fotos y entrevistas para la 3,40 TV, en ella colaboramos desinteresadamente.

Cada décima de segundo cientos de imágenes imposibles, fantasías de niño en mi cerebro. Una bonita ilusión se apoderaba de mí. Sentimientos cruzados se arremolinaron como queriendo dar inmediato sentido al posible viaje. Tramé el plan en menos de un minuto. Viaje, estancia, llamadas a autoridades, amigos de cierta influencia. Todo hecho en una mañana. Al día siguiente tenía las acreditaciones. Sin contratiempos, curioso.

“Es, posiblemente, la geoda más grande del mundo, debemos contribuir al conocimiento público de esta portentosa formación natural”.

Mis pensamientos fluían fáciles, seguros de su buen fin, de ser alcanzados sin trabas. Como los permisos y acreditaciones. Deseaba salir de viaje ya, no quería esperar al fin de semana. Aún era Jueves.
“¡Dios mío si esta geoda se hubiera realizado en cualquier otra gran ciudad!!, ya estaría en marcha todo un proyecto de visitas culturales, colegios, facultades,… quizá un museo. ¡¡Lleva catorce años allí, enterrada en una vieja mina, abandonada, ignorada por el gran público¡!. Para completar un audiovisual sobre el convulso pasado geológico de la provincia, podríamos, también, documentar las cuevas de cristal de Sorbas, ¡puede quedar precioso!.” Pensaba y pensaba.

A pesar de su delicada salud, Miguel Ángel Pertierra aceptó en cuanto se lo dije. Otra alegría. En mi casa nadie puso pegas, más curioso. Aceptaron mi propuesta de viaje sin aclaraciones, ¡me sorprendió tanto!.

El viaje quiso quedar ajustado en un instante, tomando forma en torno a la geoda y las cuevas de cristal de Sorbas, todo parecía empujarnos como al barco que un inesperado viento de popa coloca en su justo rumbo.

Vino mediante un “e-mail” reenviado, se gestionó en tiempo record, todo fueron “síes”, nos recibieron autoridades, locales y nacionales, necesitábamos documentar un prodigio de la naturaleza que lindaba con lo imposible y lo íbamos a poder hacer, quizá porque era el momento justo. No hay nada como gestionar las cosas en el momento adecuado.

Salimos pitando hacia el extraño destino. Con tanta celeridad apenas lo supieron nuestras familias y algún amigo, nadie más.

Un largo viaje, cansancio, pocas horas de sueño, pero rodeados, transportados en volandas por aquella mágica ilusión. Al día siguiente, a primera hora, estábamos en Pulpí, provincia de Almería, a más de cuatrocientos kilómetros de nuestras casas.

Entrevistamos al alcalde, Juan Pedro Rodríguez, amable e ilusionado por crear empleo intentando hacer visitable esta preciosidad natural, pero la burocracia y las autoridades regionales, misteriosas a veces como el mejor enigma, no parecían muy por la labor.

“ ¡Qué cosas!, pero si no hay otra en el mundo, pero si…”. Me sulfuré pensando para nada, “con la administración y su interés por difundir la ciencia hemos topado”. ¿Interés he dicho?

Más tarde D. Juan Bautista López, Concejal de Cultura, nos trasladó hasta la mina del paraje llamado “Pilar de Jaravía”, eran kilómetros de camino. En el último momento, ya delante de la cueva, rebuscó entre el taco de llaves, también en su carpeta, en otras del Ayuntamiento, en la caja de herramientas, en la guantera, pero nada. ¡¡Faltaba una llave tipo “allen”!!, algo pequeño de gran poder, algo que te obliga a usar grandes herramientas para saltarlo, o, sencillamente, te das la vuelta, pierdes la oportunidad, lo aplazas todo para venir algún otro día, y a empezar.

¡Ay amigos!, qué extrañas sorpresas, que coincidencias se generan a nuestro alrededor cuando la cosa ha de salir bien de una tirada. En casos necesarios el Universo al completo confabula, como dijera el gran Coelho, la magia aparece con naturalidad y, como en este caso era necesario que permaneciéramos allí, ocurrió. En mi bolso, que había vaciado por completo para el viaje, llenándolo después con bolígrafos y documentos, una libreta de notas, dos cámaras de fotos y alguna batería extra. Allí dentro rebusqué. Aunque estaba seguro de haber eliminado una llave similar, continué buscando, por si acaso, con un extraño atisbo de esperanza. Saqué una por una las libretas, los bolis, las cámaras. Había vaciado el bolso por completo, SÍ, pero tenía que estar allí, también SÍ. ¿por qué tanto sí?,¡no lo sabía!, era una búsqueda cuasi automática, acelerada, aunque en el bolso mi consciencia estaba segura de no haberla dejado, ¡podía rayar una cámara!. Pero y si…

Se trataba de una pequeña llave encontrada casualmente y guardada porque me llamó la atención sobremanera, le quise ver una utilidad al cogerla del suelo “¡Quizá me sirva!”, pensé un par de semanas antes, y allí anduvo dando vueltas en el bolso, molestando, amenazada cada día con ser correctamente colocada en mi caja de herramientas, un día tras otro. Siempre se me olvidaba. De cuando en cuando, al coger un bolígrafo, aparecía la llave Allen del número 6, ¡otra vez este trasto! Me repetía, ¡si es que lo recojo todo!, para al instante aparecer su pensamiento salvador indicándome, serenamente, que era algo útil, y además había llegado gratis.

A kilómetros del pueblo, perdidos en la montaña estábamos, ante una puerta blindada, protegida por una cerradura tapada con una gruesa chapa anclada a la puerta por tornillos Allen, la miraba todo el rato mientras mis dedos palpaban en el bolso, de pronto, como si tocara un cable de alta tensión una descarga recorrió mi brazo, subió por la columna erizándome los bellos….¡¡encontré mi llave!!, quedamos todos paralizados, ¡será posible!, inmediatamente el doctor Pertierra me indicó, ¡¡¡pruébala que como sea la del número que corresponde, ya es la monda!!.

La cerradura debió estar protegida por tornillos más gruesos, pero no lo estaba, los tornillos eran del número 6. Mi llave se ajustó como un guante a su mano. Giraron con ganas de descubrirnos su secreto. Fueron segundos maravillosos. Juan Bautista, el concejal de cultura, reía feliz, estupefacto con la extrañísima coincidencia, ¿cómo demonios iba a esperar que llevara una llave allen del número correcto entre las libretas y las cámaras?.

Visitamos la cueva, realizamos las entrevistas, sacamos las fotos. Todo como estaba previsto.

La geoda gigante, cuya formación pudo llevar millones de años en los que multitud de fuerzas se unieron para un mismo fin. Alojada en las entrañas de una mágica tierra capaz de convertir toscos elementos en cristalinos entornos más propios de los cuentos. Típicos de duendes, hadas y castillos de cristal. Allá abajo entre los cristales de yeso gigantes, transparentes como pocos, allí quedó enterrada la magia de la naturaleza que, sin darnos cuenta, nos rodea desde siempre. Allí duerme su paciencia milenaria esperando, como la “casualidad” convertida en llave, el sutil análisis capaz de construir la gran derivada de fuerzas concurrentes en lo insólito.

Estas fuerzas naturales me parecieron auténtica magia, ¿qué poder, qué energías ocultan?, ¿tan sólo presión, humedad, temperatura y agua?. Por qué unos materiales sí y otros no, quizá esa imaginación llevó a nuestros ancestros a convertir sitios como este en lugares sagrados o centros de poder.

Nuestra ciencia es capaz de traducir esa magia a utilidad. Eso llevamos haciendo toda nuestra existencia en el planeta: traducir la magia de antes a lenguajes comprensibles de nuestras ciencias de hoy. Analizar, comprender, avanzar, maravillándonos de las capacidades naturales. Porque la magia y lo sobrenatural comienzan justo donde acaba la ciencia, en mi opinión.

Estas maravillas necesitan ver la luz, llegar al gran público, las administraciones están obligadas a extender el conocimiento y generar riqueza, cultural también. En este caso resulta más misterioso que una geoda de tales dimensiones permanezca enterrada 14 años, desde su descubrimiento, sin gestiones definitivas para convertirla en visitable, que su propia formación y espectacularidad que cada colegio, cada facultad, y cientos de colectivos ansían poner en el mapa de sus vacaciones, algo de cultura también vende a la vez que instruye.

Pero continuemos con la colección de casualidades de este viaje, porque hay más, ya verán…

Mi opinión, hace años muy alejada de sobrenaturales fuerzas invisibles y demás cuestiones, ha tenido algunos casos raros que a uno le hacen reflexionar, plantearse una gigantesca lista de repetitivos “por qués”. Hoy día no cierro la puerta a otras posibilidades y pienso mucho en la magia, a qué llamamos magia, ¿quizá es la palabra que marca el límite de la ciencia?.

Muchos desean que la magia perdure, que permanezca inexplicada para continuar soñando. Que siempre esté, como un ingrediente sabroso, aderezando sutilmente la vida.

La magia excita nuestra imaginación, construye sueños preciosos y posiblemente forme parte del combustible que nos espolea para continuar investigando. Por eso la mantenemos rodeada de una especialísima bruma, de la nebulosa del misterio, ¡nos gusta ser niños!. Amamos, incluso necesitamos, lo sobrenatural, esa zona desconocida a la cual cargamos con la culpa de nuestra ignorancia, y aquel toque mágico que, de repente, ante una situación imposible, hace coincidir los millones de dientes del engranaje del destino para que, una impensable llave, aparezca en el momento justo solventando necesidades, eso ¿También es magia?.

Somos niños estudiando, no sólo los virtuales dientes del engranaje del destino, no sólo esta grandiosa obra naturalmente explicable, sino el hecho mismo de ser, cada uno, un grupo de neuronas estudiándose a sí mismas, a su mundo, preguntándonos por el hecho de estar aquí preocupados por esto, ¿qué genera estas fuerzas?,¿cómo acaban coincidiendo?, ¿qué genera estas preguntas, el interés?, ¿estamos con ello pudiendo alterar el futuro para siempre?.

Quizá, sin saberlo, estamos completando un plan, quizá somos los pequeños hijos de un gran ingeniero. Estudiantes acercándose a los conocimientos que nuestro profesor ha puesto ahí, para ser descubiertos, expuestos, entendidos y asumidos en lo más profundo.

Un día lo entenderemos mejor, un día habremos convertido la magia de hoy en la ciencia del futuro. Seremos capaces de crear las milimétricas condiciones de fuerzas necesarias para crear geodas gigantes, o puede que realicemos prospecciones de futuro para eliminar un detalle que lo altere beneficiosamente. Quizá podamos, incluso, hacer crecer la vida en planetas como Marte. Seremos entonces profesores poniendo deberes a otros niños del futuro, habremos completado una parte del círculo, esa que nos lleva más cerca de nuestro destino, más cerca del conocimiento y de la explicación de las energías invisibles que nos rodean.

Se opine en uno u otro sentido existe siempre una realidad, en esta, la de nuestra historia, el Doctor Pertierra y yo gestionamos un repentino viaje a un lugar inhóspito. Visitamos la geoda gigante de Pulpí, Las “Cuevas de Cristal” de Sorbas, el tercer kart de yeso más grande del mundo. Aprovechando también para lanzarnos a la búsqueda en San José, de una supuesta huella, no catalogada, de un homínido prehistórico en las calas de Mónsul.

Nos ocupó tres largos días, repletos de otras pequeñas casualidades. Observamos serendipias una detrás de otra y todas para facilitarnos las cosas. Incluso algo tan difícil como encontrar un aparcamiento perfecto justo en la puerta del lugar que estábamos buscando.

La honda reflexión sobre todas estas posibilidades y el rosario de preguntas trascendentales surgió a nuestro regreso. Encontramos unos duros sucesos acaecidos en Málaga y que bien pudieran haber cambiado la vida del Doctor Pertierra para siempre y de paso la mía. Hoy no podemos negar el beneficio de la duda a la existencia real de la magia, ni de considerar la posible existencia de un plan anterior, o unas energías, o inteligencia o no se qué, capaz de doblar nuestras decisiones para esquivar el sufrimiento o un descarrilamiento vital.
Sabemos que ese viaje fue la llave bloqueadora de un nefasto futuro que, pudiendo estar escrito, también pudimos reescribir merced al inefable efecto de una intensa ilusión. Aquel curioso correo de Paquita Olmos tomó forma de ausencia que casi nadie a nuestro alrededor conoció, decantó un inusitado y potente interés por un lugar distante y mágico alejándonos del peligro, de las vengativas maquinaciones encaminadas a destrozar la vida de Miguel Ángel Pertierra.

En la mente de las personas que quisieron escribir un negro futuro inventando falsedades, ese futuro se cumpliría sin duda, en ello pusieron su intención, incluso convencieron a falsos testigos, gentes ignorantes de la enorme responsabilidad que conllevan sus nocivas afirmaciones.

¿Fue el viento del destino quien nos empujó impidiendo, por la curiosa premura del viaje, darlo a conocer?, ¿hinchó el azar las velas de nuestra mente para generar la necesidad ineludible de alejarnos de Málaga?. Unas acciones de penden de otras en esta interminable cadena de la vida, nuestra ciencia no llega a tan inmensa cantidad de eslabones. Si cualquiera de los implicados en este caso hubiera proferido un ¡NO¡, hoy el futuro del doctor sería otro, habrían destruido su buen nombre, su buen crédito social ganado en más de veinte años salvando vidas.

Estoy convencido de que algún ángel, algún duende, hada o las miles de fuerzas ocultas que nos rodean esperando ser descubiertas, nos han protegido, nos han inclinado hacia el lado necesario para evitar, incluso de manera inconsciente, un nefasto acontecimiento basado en una vengativa falsa acusación, intentando convertir al doctor en responsable de un falso delito. Un acto de brutal venganza, el sentimiento que nos deja huecos, ese que, una vez más demuestra que el mal no tiene futuro y la magia, como la bondad, no tienen límites.

Quiso nuestro ángel prepararlo todo con celeridad suficiente para que la maldad, creyendo al doctor en su casa, lanzara la falsa denuncia en una fecha y hora en que, justamente, nos hallábamos a más de 400 kilómetros del lugar de los falsos hechos. ¿Estaba escrito?, ¿Fue una casualidad?, ¿fue la mente de esas malas personas confundida para propiciar su fallo y que prueben las consecuencias de practicar la maldad?.

Cada uno formará su opinión, yo cada día tengo algo más claro que todo obedece a un plan llevado a cabo incluso sin ser conscientes de tal cosa, ese plan a veces genera necesidades espontáneas, tendentes a obtener una gran enseñanza, especialmente, insisto, a quienes, deseando dañar, exhalando odio, acaban descubriendo que son ellos los principales perjudicados por sus propios actos. Todos aprendemos, como dijo el gran Jalil Gibran, filósofo y pensador Libanés: “ el dolor es la ruptura de la cáscara que encierra a la comprensión..”

Y no estaría completo el tema si no referimos cada uno de los dientes del engranaje del destino que han confabulado para que, el viaje-llave, se materializase evitando un peligrosísimo incidente al buen doctor. Ellos son Meli, Pakita Olmos, Carlos calvo, Luís Mariano Fernández, Rosa Ángela Montoya, El Alcalde de Pulpí, su Teniente de Alcalde, La Guardia Civil de Pulpí y San José, La Policía Local de Vicar y de Nijar, Miguel Ángel Hidalgo y el señor de Mijas (Málaga) que encontramos en Almería y, amablemente, nos llevó hasta una dirección perdida ahorrándonos un tiempo precioso y muy útil. A mi sobrina-nieta Sara y, como no, a ese Ángel de la guarda, energía universal, o quienes desde algún otro lado mueven hilos invisibles del gran holograma cósmico.

La gran mayoría de estas personas ni siquiera se conocen entre sí, pero en conjunto han colaborado estrechamente para materializar este viaje-llave cuya trascendencia, para cada uno de ellos no existe, no es real. Nosotros, el Doctor Pertierra y yo,… y los malos, la hemos vivido.

Volvimos con las alforjas llenas de extrañas imágenes, formaciones naturales imposibles, medidas, datos y más datos. Pero también llenas de extravagantes casualidades, mágicas cuevas de esas con duendes y hadas brillantes, vestidos de cristal fabricados durante millones de años. Cientos, miles de fuerzas unidas para un espectacular fin, para ponernos delante la magia natural.

Publicado en la Revista Enigmas de ciencia - Febrero 2014

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